viernes, 30 de enero de 2015

UNA DÉCADA EN LA PINTURA DE ANTONIO TAPIA


Rosa Campos


     En la muestra Antonio Tapia. 10 años, abierta al público en la Sala de `La Pecera´ del Museo de Siyâsa (Cieza),  podemos ver la obra perteneciente a los trabajos que ha realizado en la última década  Antonio L. Martínez Tapia (Murcia, 1965), y que han formado parte de diferentes exposiciones,  entre ellas  Nooooo!!!!,  Al otro lado,   Heridas del tiempo  y Guardianes de sueños.

    Desde su pintura, marcada por un realismo con sello propio, se  subrayan varios conceptos: lo efímero del tiempo, algo  que todavía se agudiza más  cuando postergamos o ignoramos el reencuentro con los sitios que un día nos llenaron; las tragedias que ocurren cuando nos cubrimos los ojos para no ver lo que urge mirar, lo que sabemos que destruye; la incomunicación  a la que nos abalanzamos a pesar de tanta tecnología diseñada para facilitarla; los años de la niñez preñados de unos sueños que luchan por no desvanecerse…

    Cuestiones de las que nos habla a través de unos paisajes urbanos  que se resquebrajan  por  la fugacidad de la vida o por el olvido al que los relegamos; también desde unos ojos, los suyos –su propio retrato simboliza  a esa gran área de la sociedad en la que podemos estar muchos aun sin querer reconocerlo–,  tapados, esquivando una realidad que agrede.

    En sus acrílicos sobre tabla  –la técnica que predomina en esta muestra– y en los dibujos  percibimos algo inquietante, como si la denuncia del descuido arañara con fuerza el alma de la obra y a la vez la nuestra. Y es que su autor nos introduce en una narrativa  que nos obliga a pararnos ante cada uno de sus cuadros para interpelarnos   por el porqué de esas grietas, de esas brumas o, por el contrario, de esas atmósferas limpias, de paisajes sin gente,  envolviendo edificios bien delimitados; qué argumentan los teléfonos silenciosos,los objetos cotidianos...

     Colores quebrados en los que imperan diversos  azules, grises;  también están los cálidos, con unos amarillos no etéreos, sino contundentes,  destacando alguna parte en la arquitectura, o  dando vida  a los indios y vaqueros de plástico de las guerras de  juego de la infancia.

    Figurativismo realista, cargado de simbología y onirismo, que nos induce a pensar en las consecuencias  del devenir del tiempo, en nuestras actitudes –especialmente cuando se convierten en negligencias–; en él las grietas, el óxido, el deterioro de lo cercano…, se muestran para decirnos que la incomunicación  con los demás y con el entorno es algo que hay que ahuyentar.  Todo es más  proclive al deterioro de lo que parece si no lo cuidamos, si no volvemos la mirada y actuamos  para poner de manifiesto lo que nos importa.


Fot.: C. Navalón 

   Antonio Tapia, desde que cambió de trabajo para hacer de la pintura su oficio, ha desarrollado una amplía labor en el campo de las artes plásticas, pasando a formar parte del Colectivo XXI –grupo  que se movió para que se creara la Facultad de Bellas Artes en la Universidad de Murcia–, y aunque su formación fue autodidacta, también  ha sido alumno de numerosos cursos de artes plásticas  impartidos por  la Universidad Internacional del Mar. Su obra  se ha expuesto en varios puntos de la geografía española, así como en Francia, Italia y Suiza. Actualmente se dedica  fundamentalmente a su faceta de pintor, e imparte clases de dibujo y pintura, entre otras actividades relacionadas con esta disciplina artística. Esta exposición es la primera individual que realiza en Cieza, fue presentada por Antonio Tamayo, acalde, y por Joaquín Salmerón, director del Servicio Municipal de Museos y Patrimonio Histórico.

   Acudir a esta cita que hasta el 9 de febrero nos aguarda en el Museo de Siyâsa, supone un buen motivo para constatar que  su autor posee  un nutrido lenguaje pictórico,  interpretado con dominio de técnica y con riqueza de conceptos, desde el  que comunica la necesidad de despertar   para tomar conciencia, para cuidar.

http://tapiamur.wix.com/antonio-tapia#!


 © Rosa Campos  

lunes, 26 de enero de 2015

EXPERIENCIAS VITALES


Juan A. Piñera

        Hay en Internet multitud de páginas donde encontrar listados sobre todo: clasificación de mejores cantantes, las mansiones más caras, los pueblos más pintorescos, los mejores castillos de España... las cien y una experiencias vitales que se deberían hacer antes de morir.

        El compañero de “Notas” Pedro Diego Gil López nos trae periódicamente una selección de lugares, rincones conocidos por muchos ciezanos y foráneos que se disfrutan generalmente cuando hace buen tiempo, cuando viene la primavera y el calor del Sol anima. Tenemos cientos de lugares para perdernos (o encontrarnos) sin desplazarnos más de 15 kilómetros a pie. De entre todos, mis lugares son aquellos donde el ser humano vivió y dejó huella hace siglos, es decir, Bolvax, barranco de Los Grajos situado en la enorme sierra de Ascoy llena de posibilidades (donde hay restos muy deteriorados de la calzada romana que pasaba por Cieza (http://www.regmurcia.com/servlet/s.Sl?sit=a,78,c,522,m,1075&r=CeAP-10207-R_903_DETALLE_REPORTAJES) ), la Atalaya y, sobre todo, la enorme zona de Los Losares-Almorchón-Almadenes. Fue en este lugar donde, un día de lluvia de hace pocos días, me aventuré a probar una de esas “cosas” que llaman experiencia vital. Casi una temeridad. Consistió en, únicamente con un impermeable y calzado adecuado, salir a vivir la zona de Los Losares con el cielo cubierto de espesas nubes, el frío más o menos instalado y el agua, por fin, cayendo sin parar. Las sensaciones oscilaban entre constantes interrogaciones (¿qué hago yo aquí?) y una especie de comunión con la naturaleza (olores y sonidos), al mismo tiempo que, a ratos, me hacía pasar por aquel médico romano que hace 2000 años se desplazó desde lo que es Bolvax hasta la cueva de La Serreta. Por supuesto, los pensamientos iban y venían. Lo físico se manifestaba porque era casi imposible obviar el cuadro de sonidos (el agua, las blandas pisadas) y olores que todos sabemos que se acentúan cuando hay humedad. En lo visual, eran constantes las paradas para mirar al horizonte, en círculos, y ver que allí no había nadie, solo un rastro de pisadas paralelas; que estaba totalmente desprotegido, sin poder encontrar el cobijo que aquel médico romano sí halló (porque está cerrado), viviendo la pequeñez de un ser humano rodeado de llanuras, barrancos, vegetación, un manto de agua y masas montañosas. Solos frente a los elementos.

        Fue una experiencia sencilla por lo material, barata, claro es, que se puede plasmar en texto adornado con cientos de adjetivos, frases poéticas, imágenes redundantes que pueden resultar obvias pero que, solo leídas, no llegan a equipararse ante lo vivido en ese lugar bajo aquellas circunstancias. Es el frío, el agua, el viento en la cara, el silencio humano, los pasos, los propios pensamientos y una sensación de búsqueda y huida incansable que sana la mente, desintoxica, ralentiza, hace ver la vida desde la perspectiva más animal que un individuo de la era digital (porque ya no estamos en la Era Industrial) puede experimentar. Creo que para completar la aventurilla era preciso pasar la noche a la intemperie, sin que parara de llover, mas la falta de preparación en técnicas de supervivencia y la obligación de acudir al trabajo al día siguiente me impidieron. Pero, creo, que, a lo mejor, un día de estos, nos echaremos al monte a vivir, solos, perra incluida, con 4 cosas para echar a la boca, el agua que nos quepa, unas cuerdas y unas navajas e intentar pasar unos días a la intemperie, sin tienda de campaña, sin teléfono móvil, aunque me traten, nos traten de chiflados quienes por allí nos vean. Escapar de la locura que es la rueda que muchos llaman sistema y que nos tiene encadenados, mecanizados, abducidos. Es tan complicado dejar de ser esclavo en la confusión que es la vida moderna, cuadriculada, establecida, tabulada... inútil. Posiblemente me haga de eso que llaman perroflauta y vague durante una temporada de montaña en montaña, de yacimiento en yacimiento, de ruina en ruina, de monasterio en monasterio, sin pisar un solo pueblo, vadeando ríos, sobreviviendo con lo puesto y con lo que encuentre, pensando que un día todo aquello que visitaré se construyó hace siglos y siglos hace que se derrumbó y todo lo que hay ahora desaparecerá en un largo sendero de huellas y esfuerzo evaporado que el tiempo, valiosa, única y verdadera posesión inmaterial borrará en su imparable y arrollador trayecto a ninguna parte.
        
 ©  Juan A. Piñera












        

jueves, 22 de enero de 2015

SIETE LIBROS DE ENERO (1)


                                                                          Jesús A. Salmerón Giménez


   
“Los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un proyecto premeditado y amontonando grandes bloques los unos encima de los otros, a fuerza de riñones, de tiempo y de sudor. ¡Y no sirven de nada! ¡Y se quedan allí, en el desierto! Pero dominándolo de forma prodigiosa. Los chacales se mean en su base y los burgueses suben hasta su cúspide; continúa la comparación”.
                                              Julian Barnes




Ilustración de Quint Buchholz





Los marcianos somos nosotros (Bradbury)
No frecuento mucho la ciencia ficción (o literatura de lo extraño como prefiere denominarla Harold Bloom), con la excepción de la lectura de conspicuos autores del género como Isaac Asimov y Ray Bradbury, máxime con los derroteros que ha tomado en los últimos tiempos, en los que, como sostiene Miquel Barceló en el espléndido prólogo del libro, está más encaminada a la fantasía que a lo que se ha dedicado siempre la ciencia ficción "reflexionar sobre nuestro mundo y los posibles futuros que nos esperan".
 Con ciertas reticencias, pues, inicié la lectura de esta novela que, sin embargo, me ha enganchado desde Sol 6: a de La isla misteriosa de Verne y también del Robinson Crusoe, pero en un pasaje inhóspito     como es el planeta Marte. Una intensa y estimulante  historia de supervivencia, brillantemente construida, con un suspense sorprendente, La lucha por sobrevivir en soledad, desde la ciencia y la inteligencia, lo que no le resta ni un ápice de épica. Y todo con el humor  (una trinchera contra el miedo, en sabia definición de Antonio Hernández) del protagonista que se hace indispensable en una situación tan hostil y extrema como la que está viviendo.




Una historia con lírica
(Del futuro al pasado, de Marte a la Castilla del Quinientos, y sin moverme del sillón: Ésta sí que es una verdadera máquina del tiempo, ¿qué mejor puerta espacio-temporal que un buen libro?)
Manuel Fernández Álvarez, con su solvencia habitual de historiador riguroso, nos abre una ventana que nos permite asomarnos al mundo del Quinientos y al mundo interior de un personaje histórico (y literario) de primera magnitud: Juana la Loca, (o la Desventurada, como prefiere el insigne historiador), la hija de los Reyes Católicos, la más atractiva, que por una carambola del destino llegó a ser reina, pero que nunca llegó a gobernar.
Una biografía  conmovedora, que se centra en los lados más vulnerables de esta mujer, no tan loca como indica el apodo. Pero hubo, como señala el autor, dos sucesos desencadenantes: fue alejada de su familia a una edad muy temprana y acabó locamente enamorada de un marido casquivano.
Esta mujer enferma de soledad no recibió el tratamiento adecuado, ni contó con la compañía y el afecto mínimo que necesitaba: Supeditada a las ambiciones de  poder de su marido, el tornadizo Felipe el Hermoso, de su padre, el maquiavélico Fernando el Católico y de su hijo, el caballero cristiano y prognato Carlos V, fue encerrada en Tordesillas en 1507. Esta mujer, que paseó por media Castilla el cadáver de su marido, permaneció cautiva durante 48 años -y únicamente tuvo momentos de libertad y reconocimiento, durante la rebelión comunera liderada por Juan Bravo, Padilla y Maldonado-. Una vida intensa y trágica y desventurada. Un historia novelada memorable. Como manifestó en una entrevista el gran historiador: "Y, claro, la literatura me ayuda a escribir la historia con cierta prestancia y carga lírica".




 Los caminos del lector son inescrutables
JULIAN BARNES me deslumbró con El loro de Flaubert, en los albores del mundo, y me divirtió y me encandiló con Una historia del mundo en diez capítulos y medio. Y, sin embargo, desde entonces no había vuelto a leerlo. Y, por azares de la vida, comienzo la lectura de Niveles de vida, y recuerdo su humor, su estilo desenfado, leve pero de altos vuelos, como los globos aerostáticos que describe, en su vuelo majestuoso (y en el estruendo de su caída), la épica de la aeronáutica a finales del XIX. Y París y la glamurosa Sarah Bernhardt ...Y el encanto de su prosa, deliciosa. Y de pronto, como la desgracia súbita, sin avisar, nos abisma al fondo del corazón humano, a profundidades que ni su admirado Orfeo se atrevió a sondear en busca de su amada Eurídice. Nos habla de cómo el mundo cambia (juntando dos cosas, dos personas -o separándolas-), nos habla del amor y de la muerte, de la pareja enamorada, de la pérdida de su mujer (y la aflicción y el duelo): "Y lo que desaparece es mayor que la suma de lo que había. Esto es quizá matemáticamente imposible, pero es emocionalmente posible”.
Y nos quedamos tocados, noqueados, sin aliento, a ras del suelo, en la pérdida de profundidad. Como alguien ha escrito: "Cualquiera que haya amado o sufrido una pérdida, o simplemente sufrido, debería leer este libro, y releerlo y releerlo".




Pura vida
Como sostiene nuestro paisano, y sin embargo gran crítico literario, J.M. Pozuelo-Yvancos: más que una novela, pura vida. De Landero leí  Juegos de la edad tardía en los años 90 ("Cuando de casi todo hace ya veinte años..."), y recuerdo que me gustó, pero que no me generó adherencia a su literatura (los caminos del lector son inescrutables...), craso error, sin duda porque sus obras, con poco que se aproximen a ésta, deben de ser magníficas. Con un estilo directo y ligero (pero,  experto alquimista de las palabras, conoce el  peso exacto de cada una de ellas, y cómo multiplican su valor en precisas y sabias combinaciones), nos asoma al balcón de la vida: sus años de aprendizaje entre la remota Extremadura rural de los 50 y el Madrid de los 60 (rompeolas de la emigración masiva del campo a la ciudad de aquellos años). Deja memoria de su vida y de la de sus mayores: gentes sencillas, pero prodigiosas; de unos tiempos sombríos, pero también mágicos: Cada recuerdo que destila su pluma es un portento, por como lo cuenta y por lo contado: debajo de su estilo sobrio y limpio, late la imaginación desbocada de su fantástica abuela Frasca, que le enseñó los arcanos y los ritmos de la narración oral.
Así termina, en uno de los mejores finales de libros que he leído en los últimos años:
"En cada instante, en cada frase, en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales. Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido".


 © Jesús A. Salmerón Giménez

domingo, 18 de enero de 2015

CON MARÍA ZAMBRANO, BUSCANDO LA PAZ




Rosa Campos Gómez


   «Un estado de paz verdadera no habrá hasta que surja una moral vigente y efectiva a la paz encaminada, hasta que la violencia no sea cancelada de las costumbres, hasta que la paz no sea una vocación, una pasión, una fe que inspire e ilumine».
                                                    María Zambrano


      Duele la vida quitada a tanto ser humano, en cualquier continente. Detrás de tanta barbarie, y más allá de cualquier argumento referido y editado, debe de haber algo aún mayor, quizá una inercia a la comodidad, que nos impide exigir con toda la contundencia necesaria –no bélica–un respeto inquebrantable hacia el otro y hacia sus derechos.  Y si esta irresponsabilidad se produce,  ¿cómo recordar o mostrar ese respeto? ¿cómo hacerlo relevante para  quienes no lo ven? Acaso sean preguntas utópicas, inocentes…,  acaso. ¿Cómo decir No  a tanta alineación?  ¿Cómo decir, en efectivo,  que el cuidar de la Vida es de lo más grato que existe?  Sí, es posible que sean preguntas utópicas,  inocentes… Puede que necesitemos rehabilitar  la inocencia para saber contestarlas.

   Mirarnos dentro para sentir  y razonar lo que queremos y acudir a las reflexiones  de grandes pensadores humanistas es algo a tener en cuenta para no pisar la raya del olvido en el que puede caer esta necesidad  de paz que clama urgencia.


      Y, basándonos en esta premisa, recordemos que María Zambrano (1904 - 1991), filósofa española, en  Persona y Democracia: Una historia sacrificial, escrito en 1958, nos dice algo que invita al cambio, a la transformación social:  «Estar en estado de paz significa traspasar un umbral: el umbral entre la historia, toda la historia habida hasta ahora, y una nueva historia. La paz no es cómoda. Es vivir en estado de alerta, sintiéndonos parte de todo lo que acontece, aunque sea como minúsculos actores en la trama de la Historia y aun en la trama de la vida de todos los hombres. No es el destino, sino simplemente convivencia, lo que sentimos nos envuelve: sabemos que convivimos con todos los que aquí viven y aun con los que vivieron. El planeta entero es nuestra casa. La paz es mucho más que una toma de postura: una autentica revolución, un modo de vivir, un modo de habitar el planeta, un modo de ser persona».

   Nada nos es ajeno ni lejano, porque la información nos  vincula, y este lazo que proporciona el conocimiento debe implicarnos en la consecución de la paz, «aunque sea como minúsculos actores».


  © Rosa Campos Gómez



domingo, 11 de enero de 2015

EL ORIGEN DEL UNIVERSO

 Rosa Campos Gómez

    El microrrelato escrito por Jesús A. Salmerón Giménez, El origen del Universo, merecedor del primer premio –otorgado por unanimidad del jurado– en el IV Certamen Microrrelatos Libres - Memorial Isabel Muñoz, ofrece una lectura atrayente y rica.

     La concisión en el desarrollo de su singular trama nos indica un conocimiento del lenguaje excelentemente administrado y  una capacidad de generar imágenes a la misma velocidad que los acontecimientos se suceden –miremos ese menguar del suelo  con tanta historia derramada y  tantos pies en arrebato–. Si a esto le sumamos –entre otros ingredientes–, el sentido poético enraizado en la narración y la fina ironía que hábilmente  se va desplegando, veremos por qué el contenido que alberga este cuento mínimo es un  máximo divertimento.
     


Convoca y edita: Colectivo Letras Libres

EL ORIGEN DEL UNIVERSO 
Jesús A. Salmerón Giménez


   Cuando se produjo el Big Bang era día de mercado en Cieza. La gente, al principio, confundió el gran estallido con el comienzo de las fiestas del pueblo de al lado, pero pronto mudó su sorpresa en temor cuando comprendió que la industria pirotécnica de sus vecinos no podía haberse sofisticado tanto de un año para otro. Entonces, con el segundo trueno que comenzó a expandir el universo, sucedió la estampida: ánforas griegas, exvotos íberos, seda de china, crucifijos cristianos, aceite de Tartessos… se derramaron sobre un suelo que desaparecía por instantes, bajo una multitud de pisadas enloquecidas. Sólo quedó intacto el reloj de la iglesia, señalando para siempre la hora del día del origen del Universo.


  Como lectora visualizo en estas 120 palabras todo un mundo, anterior incluso al dinosaurio de Monterroso; encuentro una invitación a conocer el nombre del día en que se hace el mercado semanal en Cieza –algo que no diré para no mermar el hambre de investigar en quien  lo desconozca–; y  se nos impele a mirar ese reloj inextinguible, para ver que instante nos marca.
  Leer a Jesús A. Salmerón Giménez –compañero colaborador en Notas, en su sección `Pecios en la Nube´– supone un actividad gozosa, bien hallada. Felicidades, por este merecido premio.




miércoles, 7 de enero de 2015

LAS CARAS DE CAGITÁN


Pedro Diego Gil López

    Una barrera de pinos carrascos nos defiende de tu ímpetu de basta llanura, de tus devenires extremos y de tus paisajes sobresalientes. Un pobre arbolado, que puebla cabezos de margas y yesos, que sobrevive en un monte coronando de vetas rocosas, se alinea en la defensa contra el poder de tus tierras, entre pliegues y derrumbes. Desde estas alturas, la sorpresa de caer de repente en tu llanura sobrecoge.  Por tus caminos la vista avanza hacia un elevado paisaje, dejando en la boca de quien lo contempla una comedida sensación de libertad, de profundidad libre, de aire libre, de aves y vientos. Una geometría de arados traza líneas paralelas hasta el horizonte de tu mar de secano, con la voluntad imparable de los hombres que se ayudan con sus engendros mecánicos para herirte periódicamente, enfrentándose a la naturaleza, cada vez más aseverada por un clima adverso. Y desde tu reborde inacabado como un enorme plato, se ve toda la esencia de tu mundo agotada en la desidia, perdida ya la ruta de tus buhoneros, ya deshabitada de familias de labradores y muleros, extinguida ya tu riqueza ganadera. Quedaste ya huérfana de vendimiadores y vinateros, que perdieron sus lagares en el devenir de los nuevos tiempos, en una última borrachera latifundista.



   Observo gratamente las profundidades de tu niebla en esas mañanas de dulce frescor, creadas por un otoño repentino, de lloviznas y aguaceros que calan con suavidad en los barbechos y dejan los caminos intransitables llenos de barro tierno. Y me espero superando tus profundos inviernos mesetarios, despertando en tus amaneceres de escarcha, en la tibieza de tus carasoles, para ver los austeros semilleros, sembrados por la fe ciega de tus últimos propietarios; para soñar con una primavera como pocas, lluviosa y fresca, y asombrarme con el verdor de tu rico alcacer, envidia de todas las mieses, cuando verdeguean tus campos hasta el infinito, entre lluvias intensas, como en un Norte inesperado. Entonces, atardeciendo siempre, llegan tus cálidos veranos, entre enormes espigas doradas, y todos tus reflejos solares se agrandan. Se ven las huellas de los animales en tus arenas, derechas hasta perderse su rastro por las cosechas, hasta tus rameles de albardín, boja y taray, y de rumores secos. Y por las veredas que recorren tus liebres, se oye el canto de las alondras que acoges, los dulces cuchicheos de las codornices que te dedican, cada año, su larga migración y los reclamos de las enceladas perdices, vinculadas a las amplias oídas de tus distancias. 

   De tal manera se sabe de ti que pasas por ser un paraje relegado al silencio y la contemplación. Los pasos que aún pueden darse en los amaneceres de tus caminos sobre la escarcha que conceden tus cielos invernales, conducen todos a perderse en tu llano, alargadas nuestras sombras hasta el horizonte, en una asombrosa tibieza. 

  Desde esas alturas previas a tu existencia se siente ya tu brisa de tierra sucedánea del mar. Así caballones de olas golpean tus orillas embastadas en el monte, y por eso, tus aguas y tus vientos son de polvo y han hecho de los veleros robustos tractores que forman una espuma de terrones rojos, para convertir las travesías en cosechas, las derrotas en cuadriculados campos y las arribadas en montones de paja, en esos puertos arruinados sobre los viejos cortijos.                             
                 


 Aún transitan tus veredas los pastores legendarios con sus ganados fantasmales que convierten las luces del crepúsculo en una estela de polvo dorado. Y en sus salvajes noches un ulular de aves nocturnas recrea los sonidos ancestrales de la naturaleza.                                                                                  
  Las Caras de Cagitán son el rostro más extremo de nuestro término municipal, que comparte este espacio con el término de Mula, Calasparra y Ricote. Lo surcan el ramel de las Contiendas y el del Pozuelo que desembocan en el embalse de Alfonso XIII (El pantano del Quipar). A su vez en sus llanuras nacen las ramblas del Cárcabo y Benito. Se accede por la carretera de Cieza a Mula, o por la carretera que va de Cieza al pantano de Alfonso XIII y cogiendo la pista que sale hacia el Almorchón, el paraje en cuestión aparece después de pasar la finca de la Murta y el monte de los Gorgonciles. A destacar un barranco con el mismo nombre que después de herir este monte erosionado se adentra en la llanura de las Caras dando de sí una estrecha cárcava digna de recorrer a pie, donde se pueden percibir sensaciones que pueden transportarte en el tiempo a lugares que solo tu imaginación conoce.

 © Pedro Diego Gil López

jueves, 1 de enero de 2015

DOSMILQUINCE

Rosa Campos

     El flamante año nos aguarda para que le llenemos los días. Que la poesía,  con su elocuente música, les ponga son. Con este deseo y con  los versos de  dos grandes poetas, ilustrados con la imagen tomada por un gran fotógrafo, estrenamos este tiempo. 



REFLEJOS AL AMANECER (CIEZA)

                        Fotografía de Fernando  Galindo (Cieza, Murcia)



Aurora Luque (Almería, 1962) de su libro Portuaria  (Ed. El toro de Barro, 2002)
                          
COSECHA

Recoge la cosecha de los días,
su cereal, su polen,
sus bayas inservibles, sus cortezas amargas,
su reseca raíz, sus vainas huecas,
su escasísima pulpa azucarada.

En las cuadradas cajas pon la fruta
selecta que le agrada a la memoria.

...


Benjamín Prado (Madrid, 1961), de su libro Ya no es tarde (Ed. Visor, 2014) 

UN PROFESOR ES ALGUIEN QUE HABLA EN LOS SUEÑOS DE OTRO

Imagina unos versos. Después, ponte a buscarlos
como si fueran tuyos y estuviesen perdidos;
intenta adivinarles las palabras
como el que huye trata de predecir los pasos
de quienes lo persiguen; y procura que en ellos
se detenga el idioma
igual que el agua
se vuelve hielo para dejarse acariciar.

Que tu poema sepa algo que ignoras;
que no te necesite; que encuentre al mismo tiempo
lo que nadie soñaba y lo que buscan todos;
que cuando ya no estés
oculte que te has ido,
se haga pasar por ti.

No escribas si lo puedes hacer como cualquiera
pero no como tú;
si al repetir
lo que dijeron otros
no dices otra cosa;
si en tus libros no se oyen los libros que leíste,
como en un apellido
se escucha galopar
a los antepasados.

Que tu poema esté a medio camino
entre tú y yo
lo mismo que una estatua
entre el cuerpo y la roca;
que ponga lo intocable en nuestras manos;
que logre que se queden las cosas que se van.

...


QUE LO MEJOR SEA PARA TODOS

   ¡FELIZ 2015!