Jesús A. Salmerón Giménez
"Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la
sociedad que el trato de unas personas que se sienten con alguna superioridad
sobre sus semejantes”
Mariano
José de Larra
En esta época de vacas flacas (y llevamos ya los mismos años de
penuria que la bíblica Egipto, sin avizorar en el famélico horizonte el más
leve engorde de bóvidos), que está resultando terrible para millones de
personas, conviene volver a visionar el mejor cine de Berlanga -Bienvenido Mr.
Marshall, Calabuch, El verdugo, La escopeta nacional y, sobre todo, Plácido-, si
queremos conocer los entresijos, los mimbres con los que se ha construido este
país, averiguar de qué está hecho el material
con que se destruyen los sueños. Como sostiene Manuel Jabois:
"No haber visto Plácido es no haber entendido nada de este país y estar
en él por estar, como un turista. España es un lugar en el que siempre hay un
inocente persiguiendo a alguien para que le dé una fortuna con la que pagar la
letra del motocarro. Un país en el que quien va al trabajo como al matadero es
el verdugo. Un sitio en el que la aristocracia decadente, en su lecho de
muerte, pide que entre el servicio, “que les encantan estas cosas”.
En Plácido, con la campaña "Siente a un pobre a su mesa" como
telón de fondo –promovida por las fuerzas vivas de una pequeña ciudad-, muestra
Berlanga las mezquindades e hipocresías de la burguesía provinciana de los años
cincuenta. El genial director valenciano logra, en blanco y negro, un retrato
enorme de la España eterna (auténtica, vitalista, sórdida...). Nos encontramos
con el mejor esperpento, con feroces y piadosos relatos en los que se nota la
mano del mejor guionista del cine español (o uno de los más persistentes,
como él decía con socarronería): "Azcona es un hombre
más moral, más deseoso de salvar a la humanidad que yo; con él hay más ternura"
–dijo el director-.
De forma ácida ("Se
trata del humor español, el de la picaresca española. Desde Quevedo a Buñuel,
pasando por Goya y Solana, todo señor que haya intentado diseccionar a los
españoles, es decir, diseccionarse a sí mismo, ha tenido que recurrir por
fuerza a esto que llaman humor negro"), Berlanga nos narra la surrealista historia: En
una ciudad de provincias, en Nochebuena, la empresa Ollas Cocinex patrocina una
subasta de pobres a la que acuden artistas de Madrid. Cada familia postora se lleva su
pobre a cenar a casa, mientras Plácido, contratado para que pasee por la ciudad
una estrella navideña en su recién estrenado motocarro, debe abonar la primera
letra del modesto vehículo antes de la puesta de sol. Con estos mimbres,
Berlanga y Azcona construyen una película coral en la que no queda títere con
cabeza: las buenas gentes del pueblo, los patéticos chupatintas, las fuerzas
vivas, la muerte... "Las películas
de Berlanga son esperpentos no de la España de la época, sino de la España
eterna", afirmó el
gran actor José Luis López Vázquez, quien colaboró en la mayoría de ellas.
Este espejo deformante es el
mismo que construyó, Valle-Inclán, a una
escala inmensa, para que se mirara España entera. En su obra maestra
"Luces de bohemia", nos dejó las siguientes perlas:
“España
es una deformación grotesca de la civilización europea”, “en España el trabajo y la inteligencia
siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”, “en España el mérito no se premia. Se premia
el robar y el ser sinvergüenza”, “la
Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida
es un círculo dantesco”.
Parece
que la obra del genial gallego anticipa: Los ERE de Andalucía, Bárcenas y los
cuarenta ladrones, el fallido gatillazo de Eurovegas, el ático estepero de Ignacio
González, la increíble historia de Blesa (y su amigo de Zumosol, el ínclito
Aznar), Rato -desenfundando las tarjetas black-, las cajas de ahorro, los
aeropuertos fantasmas, la trama Gürtel,
Félix Millet y el Palau de la Música, el esperpento de Puyol, la
Operación Púnica…
Es el país del patio de
Monipodio, de la tierra de Jauja, “donde se come y se bebe y no se trabaja".
Cambian los nombres de los ladrones y de los pícaros, pero es la misma en
esencia.
Como ha escrito Julio Llamazares: "a los que se sorprenden de lo que está sucediendo en nuestro país les remito a la historia de la literatura: mientras que los alemanes daban a luz el romanticismo, los italianos el renacimiento, los franceses la ilustración y los ingleses la tragedia moderna, nosotros, los españoles, hemos aportado al mundo dos géneros literarios característicos: la picaresca y el esperpento. Digo yo que será por algo".
Parafraseando al Bardo: Lo que pasa en este país
parece una historia contada por el pequeño Nicolás, una historia llena de
estruendo y furia, que nada significa.
Y sería una astracanada si no fuera porque España
es un país empobrecido donde existen 5 millones de parados, la corrupción está
prácticamente generalizada, una cuarta parte de la población se encuentra en el
umbral de la pobreza, se multiplican desahucios (y el dolor que conlleva cada
uno de ellos), donde hay niños que ya no hacen tres comidas al día… Y también el país donde
las grandes fortunas apenas pagan impuestos (“Aquí la oligarquía ha entendido que el patriotismo es a
comisión y se ponen al servicio de quien sea a medio precio para luego hincar
la puñalá”,
sostiene nuestro paisano y escritor de talento, Antonio Lucas) en el que hay, ante
la mirada aquiescente e impertérrita del Gobierno, un enorme fraude fiscal. Un
país que, por méritos propios, ha llegado a alcanzar el deshonroso primer
puesto en el ranking europeo de la desigualdad, esa enfermedad social de
nuestro tiempo que no parece tener cura, como nuestro país:
Madre y madrastra mía,
España miserable
y hermosa. Si repaso
con los ojos tu ayer, salta la
sangre
fratricida, el desdén
idiota ante la ciencia,
el progreso
(Blas de
Otero)
© Jesús A. Salmerón Giménez
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