lunes, 1 de diciembre de 2014

PAÍS

Jesús A. Salmerón Giménez


"Generalmente, se puede asegurar que no hay nada más terrible en la sociedad que el trato de unas personas que se sienten con alguna superioridad sobre sus semejantes

Mariano José de Larra

   En esta época de vacas flacas (y llevamos ya los mismos años de penuria que la bíblica Egipto, sin avizorar en el famélico horizonte el más leve engorde de bóvidos), que está resultando terrible para millones de personas, conviene volver a visionar el mejor cine de Berlanga -Bienvenido Mr. Marshall, Calabuch, El verdugo, La escopeta nacional y, sobre todo, Plácido-, si queremos conocer los entresijos, los mimbres con los que se ha construido este país, averiguar de qué está hecho el material  con que se destruyen los sueños. Como sostiene Manuel Jabois:
 "No haber visto Plácido es no haber entendido nada de este país y estar en él por estar, como un turista. España es un lugar en el que siempre hay un inocente persiguiendo a alguien para que le dé una fortuna con la que pagar la letra del motocarro. Un país en el que quien va al trabajo como al matadero es el verdugo. Un sitio en el que la aristocracia decadente, en su lecho de muerte, pide que entre el servicio, “que les encantan estas cosas”.


   En Plácido, con la campaña "Siente a un pobre a su mesa" como telón de fondo –promovida por las fuerzas vivas de una pequeña ciudad-, muestra Berlanga las mezquindades e hipocresías de la burguesía provinciana de los años cincuenta. El genial director valenciano logra, en blanco y negro, un retrato enorme de la España eterna (auténtica, vitalista, sórdida...). Nos encontramos con el mejor esperpento, con feroces y piadosos relatos en los que se nota la mano del mejor guionista del cine español (o uno de los más persistentes, como él decía con socarronería): "Azcona es un hombre más moral, más deseoso de salvar a la humanidad que yo; con él hay más ternura" –dijo el director-.  

    De forma ácida ("Se trata del humor español, el de la picaresca española. Desde Quevedo a Buñuel, pasando por Goya y Solana, todo señor que haya intentado diseccionar a los españoles, es decir, diseccionarse a sí mismo, ha tenido que recurrir por fuerza a esto que llaman humor negro"), Berlanga nos narra la surrealista historia: En una ciudad de provincias, en Nochebuena, la empresa Ollas Cocinex patrocina una subasta de pobres a la que acuden artistas de Madrid. Cada familia postora se lleva su pobre a cenar a casa, mientras Plácido, contratado para que pasee por la ciudad una estrella navideña en su recién estrenado motocarro, debe abonar la primera letra del modesto vehículo antes de la puesta de sol. Con estos mimbres, Berlanga y Azcona construyen una película coral en la que no queda títere con cabeza: las buenas gentes del pueblo, los patéticos chupatintas, las fuerzas vivas, la muerte... "Las películas de Berlanga son esperpentos no de la España de la época, sino de la España eterna", afirmó el gran actor José Luis López Vázquez, quien colaboró en la mayoría de ellas.

   Este espejo deformante es el mismo que construyó, Valle-Inclán,  a una escala inmensa, para que se mirara España entera. En su obra maestra "Luces de bohemia", nos dejó las siguientes perlas:
   España es una deformación grotesca de la civilización europea”, “en España el trabajo y la inteligencia siempre se han visto menospreciados. Aquí todo lo manda el dinero”, “en España el mérito no se premia. Se premia el robar y el ser sinvergüenza”, “la Leyenda Negra, en estos días menguados, es la Historia de España. Nuestra vida es un círculo dantesco”.

   Parece que la obra del genial gallego anticipa: Los ERE de Andalucía, Bárcenas y los cuarenta ladrones, el fallido gatillazo de Eurovegas, el ático estepero de Ignacio González, la increíble historia de Blesa (y su amigo de Zumosol, el ínclito Aznar), Rato -desenfundando las tarjetas black-, las cajas de ahorro, los aeropuertos fantasmas, la trama Gürtel,  Félix Millet y el Palau de la Música, el esperpento de Puyol, la Operación Púnica…


    Es el país del patio de Monipodio, de la tierra de Jauja, “donde se come y se bebe y no se trabaja". Cambian los nombres de los ladrones y de los pícaros, pero es la misma en esencia.

   Como ha escrito Julio Llamazares: "a los que se sorprenden de lo que está sucediendo en nuestro país les remito a la historia de la literatura: mientras que los alemanes daban a luz el romanticismo, los italianos el renacimiento, los franceses la ilustración y los ingleses la tragedia moderna, nosotros, los españoles, hemos aportado al mundo dos géneros literarios característicos: la picaresca y el esperpento. Digo yo que será por algo".

   Parafraseando al Bardo: Lo que pasa en este país parece una historia contada por el pequeño Nicolás, una historia llena de estruendo y furia, que nada significa.

    Y sería una astracanada si no fuera porque España es un país empobrecido donde existen 5 millones de parados, la corrupción está prácticamente generalizada, una cuarta parte de la población se encuentra en el umbral de la pobreza, se multiplican desahucios (y el dolor que conlleva cada uno de ellos), donde hay niños que ya no  hacen  tres comidas al día… Y también el país donde las grandes fortunas apenas pagan impuestos (“Aquí la oligarquía ha entendido que el patriotismo es a comisión y se ponen al servicio de quien sea a medio precio para luego hincar la puñalá”, sostiene nuestro paisano y escritor de talento, Antonio Lucas) en el que hay, ante la mirada aquiescente e impertérrita del Gobierno, un enorme fraude fiscal. Un país que, por méritos propios, ha llegado a alcanzar el deshonroso primer puesto en el ranking europeo de la desigualdad, esa enfermedad social de nuestro tiempo que no parece tener cura, como nuestro país:

    Madre y madrastra mía,
España miserable
y hermosa. Si repaso
con los ojos tu ayer, salta la sangre
fratricida, el desdén
idiota ante la ciencia,
el progreso
                  
                    (Blas de Otero)


© Jesús A. Salmerón Giménez

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