miércoles, 10 de diciembre de 2014

HISTORIA DE UNA LECTURA


Jesús A. Salmerón Giménez





        Un buen escritor expresa grandes cosas con pequeñas palabras, a la inversa del mal escritor, que dice cosas insignificantes con palabras grandiosas.
  Ernesto Sábato


   Es curiosa la vida: Estoy buscando desesperadamente un libro, entre las últimas novedades que inundan los escaparates de las librerías -la mayoría, de autores con impecables nombres anglosajones-, y no termino de decidirme; cuando, como quien no quiere la cosa, hago una desganada rebusca en mi modesta biblioteca y, casualmente, encuentro un libro de una de colección de kiosco de RBA de los años noventa, que de forma incomprensible no había leído, y, con cierta indolencia, mirando de reojo el reloj, comienzo la lectura: y ya no puedo ni quiero dejar de leerlo, lo devoro de un tirón. Me conmueve en lo más profundo, se me humedecen los ojos, rompo a llorar desconsoladamente (lo que  me ha sucedido en muy contadas ocasiones). Este austero castellano me llevaba esperando más de veinte años en una combada leja de mi librería: con la sencillez de la perfección, con un español limpio, preciso y deslumbrante, Delibes nos da una profunda lección artística y de humanidad. Un bellísimo retrato, un luminoso lienzo de los sentimientos, Señora de rojo sobre fondo gris es una novela impresionante sobre el amor y la honda tristeza de la pérdida de la persona amada: "Una mujer que con su sola presencia aligera la pesadumbre de vivir". ¿Puede decirse de alguien algo más hermoso? ¿Se puede escribir un libro más admirable?


   Este inmenso escritor, que encarna el alma del castellano, es sobre todo el creador de una memorable galería de personajes que pueblan para siempre la literatura universal, alimentando en la eternidad de un libro la imaginación y la inteligencia de los lectores:

  Los niños de El camino, el Senderines de «La mortaja», o el Nini, de Las ratas; don Eloy, de La hoja roja; el viejo jubilado de «El patio de vecindad»; o Nilo, el Viejo, protagonista del cuento «Los nogales». Cecilio Rubes de Mi idolatrado hijo Sisí, Azarías de Los santos inocentes o el último, Cipriano Salcedo, permanecerán para siempre en el haber sentimental del lector que "no deja de buscar el fulgor de la vida y la pasión moral en la literatura".

  «Los amigos me dicen con la mejor voluntad: 'Que conserve usted la cabeza muchos años'. ¿Qué cabeza? ¿La mía, la del viejo Eloy, la del señor Cayo, la de Pacífico Pérez, la de Menchu Sotillo, (…)

  Como él mismo confesaba en el discurso que pronunció al recoger el premio Cervantes: Los personajes de Miguel Delibes no sólo han formado parte de él, son él, sus miedos, sus pasiones, sus escenarios.

  Este castellano conciso y recio «un chopo alto y solitario, puntiseco, dominando un mar de surcos con los trigos apuntados», nos sigue dando una lección literaria pero también moral a través del tiempo, y lo hace, por encima de la importancia de sus historias y su prosa, por medio de sus enormes protagonistas, que viven de verdad, habitan y alientan nuestra memoria. Y entre todos ellos, Ana, la protagonista de esta hermosa novela, trasunto de Ángeles, su esposa trágica y prematuramente muerta, a la que dedicó, en el discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua, estas emotivas palabras:


Desde la fecha de mi elección a la de ingreso en esta Academia me ha ocurrido algo importante, seguramente lo más importante que podría haberme ocurrido en mi vida: la muerte de Ángeles, mi mujer, a la que un día, hace ya casi veinte años califiqué de «mi equilibrio». He necesitado perderla para advertir que ella significaba para mí mucho más que eso: ella fue también, con nuestros hijos, el eje de mi vida y el estímulo de mi obra, sobre todas las demás cosas, el punto de referencia de mis pensamientos y actividades. Soy, pues, consciente de que con su desaparición ha muerto la mejor mitad de mí mismo. Objetaréis, tal vez, que al faltarme el punto de referencia mi presencia aquí esta tarde no pasa de ser un acto gratuito, carente de sentido, y así sería si yo no estuviera convencido de que al leer este discurso me estoy plegando a uno de sus más fervientes deseos, en consecuencia, que ella ahora, en algún lugar y de alguna manera, aplaude esta decisión mía.


(Delibes 1975:15-16)
  






© Jesús A. Salmerón Giménez

4 comentarios:

  1. Estoy totalmente de acuerdo y comparto tu opinión. Me quedo con lo que as dicho de Delibes: con la sencillez de la perfección, con un español limpio, preciso y deslumbrante, Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Gracias por el comentario, Pedro Diego. Miguel Delibes es un maestro de la escritura y de la vida. Un abrazo, amigo.

    ResponderEliminar
  3. total empatía.Excelente artículo de Jesús.

    ResponderEliminar
  4. Gracias, Bea. Compartimos admiración por este vallisoletano conciso y recio, este inmenso escritor que nos dejó, como si tal cosa, un puñado de libros extraordinarios.

    Jesús Salmerón

    ResponderEliminar