sábado, 1 de noviembre de 2014

EL `FAROL DE LAS ÁNIMAS´ QUE SE HACÍA EN CALASPARRA

                                                              
       La entrada del mes de noviembre, y prácticamente todo él, suponía para muchos calasparreños un cambio de hábitos que se reiteraban  año tras año  durante una época significativa, llevándose a cabo una serie de actividades que pertenecen al patrimonio cultural histórico local;  entre ellas estaban la literatura oral de connotaciones tenebristas y otra menos conocida hoy, pero que tuvo gran importancia entre quienes le daban forma y fondo: la creación de un farol para las ánimas, que considero de un importante valor cultural, tanto como para incluirlo dentro de la cultura vernácula de Calasparra.

    Este  farol vegetal hecho por las mujeres, poseía unas determinadas características que, visto hoy, le aportan singularidad y marcan una diferencia con cualquier otro objeto que actualmente se  transforme para conmemorar el  Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos.

     El «farol de las ánimas»  era una sandía (llamada popularmente por entonces melón de agua) vaciada, con unos dibujos realizados en la capa verde de la corteza sin llegar a traspasar la pared blanca del interior. Eran figuras de alegría y de vida, y simbólicamente esenciales: sol, luna, estrellas y flores; concebidas  para llevar iluminación a todos los espíritus:  a los  que pudieran estar penando por alguna causa en el purgatorio,  y como recuerdo para los que habitaran en un plano superior. Dentro se le encendía una luz que  traspasaba la blancura opaca en las formas dibujadas. 

    Este farol representaba un viaje iniciático y lúdico para los niños hacía la comprensión de un más allá de la vida  tangible y visible, construido desde la impregnación del catolicismo que envolvía el vivir cotidiano de la mayoría de las familias, pero que también enlazaba a necesidades más ancestrales.






    

 © Rosa Campos Gómez

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