Rosa Campos
Anochece, Platero, de Jorge Cela Trulock (Madrid, 1932), es el libro al que le
corresponde el nº 14 en la Colección
Acanto, que edita La Sierpe y el
Laúd. Encontrarnos con su autor ha supuesto contagiarnos de esa clase de
vitalidad literaria que rejuvenece el ánimo,
a ello le sumamos todo lo relacionado con las dos presentaciones
llevadas a cabo en Murcia y en Cieza, en
las aulas culturales de la Fundación Cajamurcia
de ambos lugares.
Fot.:
P. Sánchez
Dionisia García, José
Luis Martínez Valero y Ángel Almela acompañaron al periodista y escritor en la
mesa de presentación en Murcia; en Cieza la introducción la llevó a cabo Ángel Almela y la
presentación Daniel J. Rodríguez
(miembros de La Sierpe y el Laúd).
Fot.:
C. Navalón
Jorge Cela y los poetas citados
hicieron de sus ponencias un tiempo en el que dieron interesante y muy grata cuenta
de la palabra escrita que contiene Anochece, Platero.
Son
once relatos en los que la palabra muestra su jugo cuando se reitera, y lo hace
para que no se nos escabulla el juego lírico que alberga; nombra las cosas, y
al hacerlo se les ve la vida, un respirar lozano y con fina ironía, incluso en el esperar de la noche y su símbolo.
La persona, la geografía, el tiempo, lo que el ser humano construye tangible o
intangiblemente, todo eso nos llega grande, cuando debe ser grande, o de otra
manera que sea necesaria; con una
nitidez clara y desde una filosofía
personal que no se muestra para ser aislada, sino con vocación de expandirse, de tocar, de calar, como lo hace el viento,
la lluvia… Como lo hace la literatura del libro que nos ocupa, de la que
ofrecemos unos fragmentos de cada uno de
los relatos, en orden invertido al que están publicados –como el título de uno de ellos–, extraídos de
sus principios para ir hacer boca de todo lo que a continuación se desarrolla
en estas 90 páginas que el pintor Antonio Carrilero ha ilustrado:
El almacén de Joaquín:
Consta, si el recuerdo que puedo sacar
del futuro no me falla, de una puerta de entrada normal, un poco más ancha
quizá de lo normal, aun a sabiendas de que la medida de lo normal no es muy
precisa si cabe.
El jardín de Eugenio:
A la
casa se entra por un pequeño túnel de ladrillo rojo, de ramas de acebo, de
verdes infinitos. Se abre la puerta y al fondo hay otra puerta, y tras esa
puerta se abre la vida.
Aiuqrut:
Cuando íbamos en el
autobús se me ocurrieron, mejor saltaron
dos palabras al respaldo del asiento del
que iba delante, dos palabras: resulta y que. Podría ser una forma de empezar a
rellenar todo el blanco que se extiende de derecha a izquierda de la página y
hacia abajo hasta donde sea, y ahora no recuerdo aquellas cosas tan bonitas,
tan bien pensadas, pero hay que empezar y cualquier comienzo puede ser bueno,
peor sería decir el lunes, el lunes empiezo sin falta, ese día que nunca llega.
Menorca:
El agua salta y la espuma… Cuando se
mira cómo salta el mar en las rocas, contra las rocas, el blanco de la espuma
contra el negro de la piedra, desaparece el no, por un instante tan solo, al
menos también, pero desaparece el no que la vida tantas veces nos presenta
delante de la vista, delante del corazón tristemente. El no, la mierda que nos
rodea de tantas formas.
El aire que se mueve:
Por los huecos del horizonte llega el viento, entre la isla y el cabo,
entre las jorobas del camello de piedra de la montaña, entre las alas del mirlo
cantarín. También llega raspando las pocas hojas del olmo que en otoño crecido
aún duran; también se acerca peinando los trigos, las avenas, los centenos, los
maíces y, por donde pasa ese aire vivificado por su venir suena de mil formas,
tantas formas como lame el viento al viajar en busca de las cosas que mover, de
los olores que llevar, de las palabras que quedaron flotando en el aire una vez
desprendidas de alguna boca.
Olor a ropa planchada:
Si doblas un mapa de la península,
a lo mejor, casi seguro, a poco que forcemos las cosas, el litoral de La Manga
cae encima de Asturias, patria querida de Lola, de Juan, de Emilio, sentado en
Nicanor a las dos de la tarde de un día con la copa de una ginebra al lado.
En este domingo:
La noche llega sola, sin necesidad de ninguna ayuda, y allí estaré,
esperando a la libertad que llegará, si llega, por donde se mecen los faldones
del toldo que acaba de ponerlo en funciones el rey Faisal en tiempos pasados,
hoy portero de la finca de al lado.
El
paseo en barca:
El sol apenas se intuye entre las brumas que suben del agua, entre las
brumas que almacenan las arboledas de las orillas, por los humos que de las cascarrias de la tierra suben al
desperezarse en la tierra, que cumple con la labor de todas las mañanas.
Lanzarote:
Una isla por el Atlántico, algo al sur, al
este, pegada a África, alargada de sur a norte, viejo paraíso de volcanes. Una
mano, una palma de mano hacia abajo con los nudillos de los dedos algo subidos
a la altura de las abruptas aunque pequeñas alturas de sus tierras.
Primo marisco:
Si llueve es un lío para la parrillada, por el humo. Bueno tiene un
toldo grande, allí en todo caso se puede hacer. Ya veréis, gente estupenda. De
todo, hasta tiene siquiatra. Si el marisco es de los que vuelven loco, allí
tenemos el remedio o la definitiva. Vive allí todo el año, solo, viene a Madrid
en tren a trabajar.
Meizarán:
Aquella casa de Meizarán no la quemaron ni la destruyeron, la dejaron en
pie para que el biznieto la viera hoy, una ruina, aquello que fue riqueza de
hace siglos. Abajo las vacas dando olor a las paredes con fotos descolocadas,
con personajes, hombres y mujeres, quizá de cuando se casaron o de cuando hubo
la ocasión de ir a la ciudad y posar eternamente para quedar eternamente
pegados, con cables manchas, años y años, por encima con su pasar lamiente o
lamedor…”.
Fot.:
C. Navalón
La Colección Acanto nos ha conectado con el hombre dinámico que es Jorge Cela, posee
la sabiduría que le otorga el haber tenido una vida profesional sustanciosa como escritor, como periodista y como fundador de
la Editorial Alfaguara. Nos ha contado –es, además, un gran comunicador– cosas enriquecedoras
vividas con gente también de perfil singular en lo literario. Podríamos estar
hablando de él, de su bibliografía y de sus conocimientos mucho más de lo que
entra en esta publicación –quizá habrá otros días–, más lo importante es leerlo
en sus libros publicados, en las próximas novelas que verán
pronto la luz y en este Anochece,
Platero que el mismo J. R. Jiménez andará leyendo por algún espacio donde
quepa Platero y crezca buen pasto sideral –esta publicación coincide con el
centenario de la primera publicación de Platero
y yo–, y recordando esa cita con la
que inicia este número 14 de Acanto : « … en cuyos aleros de cal se moría, en una alta
cinta rosa, el vacilante sol de la tarde».
Jorge Cela Trulock nos ofrece una prosa, donde se percibe la poesía, y desde la que, en ocasiones, se alcanza un ritmo trepidante. Literatura y actitud que dicen se puede ser joven independientemente de los años que se cuenten y que –permitiéndonos rozar la paradoja–, se necesita haber
vivido bastante para sentir y transmitir la
palabra como él lo hace.
© Rosa Campos
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