Pedro Diego Gil López
El collado del Cuerno es
un lugar para perderse bajo la amplitud de su cielo, embriagado por la pureza
del aire. Está enclavado entre las laderas de una árida solana, acogido entre
bastos espartizales, donde abundan resecos romeros, pinos retorcidos, duros
espinos y sabinas furibundas. Acercarse a sus inmediaciones es un viaje lento y
habrá que dejar el coche lejos para no romper el cárter en alguna piedra
traicionera, oculta entre la vegetación que invade el centro del camino,
orillándolo al final del último tramo de camino reconocible, lo más cerca
posible de la sierra Larga (esa pequeña cordillera que nace en el territorio de
Cieza y se adentra en su mayor parte en el extenso término de Jumilla).
Cuando
cierres el coche mirando en dirección al collado del Cuerno y andes un poco,
pronto empezarás a sentirte perdido entre las atochas. Algunos pinos te
obligaran a zigzaguear. Agarra la mano de la intuición y oriéntate hacia la
gran hendidura que muestra la sierra. Si tienes buen ojo, encontrarás la senda
en desuso que asciende al collado. Quítate todo lo que puedas, antes de que el
sudor te empape toda la ropa, aunque haga frío. Y apriétate bien las cordoneras
de las botas. Llegarás a un barranco de poca hondura, flanqueado por viejos
pinos, lleno de troncos secos y piedras, que romperán más de una vez la senda a
seguir. Mirando a tú alrededor, indagando en las laderas pedregosas, se
apoderará de ti un sentimiento de soledad que te dará ánimos para seguir
subiendo.
Atrapado ya por el paisaje, si sentirte
genuinamente solo no termina de aislarte de todos tus pensamientos biográficos,
seguro que lo conseguirás contemplando el vuelo de ese águila que por allí
andará surcando los cielos, que notará tu presencia accidental, o cuando oigas los
graznidos de las chovas resonando en cantarales cercanos.
Para
un momento, coge aire y descansa. Corta un tallo de tomillo, restriégalo con
las manos y aspira hondo su esencia balsámica. Ponte de nuevo a andar antes de
enfriarte, con esa sensación satisfactoria de empezar a sentirte perdido,
mientras contemplas las libélulas y las mariposas que pueblan el hábitat, las
florecillas de ajedrea, las estrellas de árnica y las trompetas azulonas del
lino. Más arriba, oirás el canto de la perdiz, o el ladrido de alguna zorra. Y
luego quédate en silencio. Siente la fuerza del sol. Date cuenta que te has
alejado de la senda. Cuando vuelvas a ella podrás relajarte y seguir
ascendiendo. Más tarde o más temprano llegas al collado. Ves el saludo que te
dedican las cumbres de la sierra, a ambos lados, y de frente, sientes la
bienvenida del collado del Cuerno, abierto a un paisaje amplio y gratificante.
A tus pies verás el pinar ennegrecido de la umbría y oirás el rumor de algún
tractor herrumbroso arando el pedregal, allá entre las viñas, en algún rincón
de ese paraje perdido llamado Majariego (las bodegas jumillanas se surten de
las olorosas uvas monastrell que maduran en los campos de este paraje ciezano).
Los recuerdos se pierden, se los
lleva el viento poderoso que asciende con los aires recalentados en el valle. Y
te das cuenta de que allí estás tú solo; extrañamente solo, embargado por la
dificultad geográfica del lugar. Es lo contrario a soñar, la conciencia se
vuelve una paradoja, una realidad vivificante. Te sientes descansado porque tu
mente así lo dicta. Puedes centrarte en el aquí y en el ahora. Es como si todo
el pasado que abarrotaba tu mente hubiera caído al vacío del collado. Por
breves instantes, ves cómo se despeñan tus recuerdos. Deseas abandonar esos
retazos de tu personalidad que te visten ante la frialdad de los sucesos.
Aun así el
entorno te invita a soñar y te obligas a estar despierto, quieres que tu mente
esté más despejada que nunca, por el azul del cielo, por la profundidad del
paisaje, para mantener tus rasgos de individuo, tal y como quieres, ahora que
la soledad triunfa en tu interior.
Te sientas en
una roca y te observas las manos. Así descansas al ver lo ufano que es el ser
humano, notando la dureza pétrea de la sierra, comprobando la aspereza de su
vegetación, la vorágine del clima que la envuelve. Palpando tu propio mundo
verdadero para perderte, para sentir esa sensación de no ser nadie y a la vez
poder marcar con fuego tus señas de identidad en el interior de tu mente, no
como un recuerdo, si no como un sentimiento puro, poderosamente nítido.
No
te diré como se baja de allí. A lo mejor se te ocurre lanzarte al vacío en un
intento de volar. Jamás lo intentarás, estoy seguro, sabes que no estás en un
sueño; pero te llevaras esa sensación de haberlo pensado. Eres del todo
consciente de que no puedes volar. Te rodea la amplitud de la naturaleza y eso
es lo que más presente tienes en tu cabeza. Tú mismo, baja como quieras. Creo
que lo harás despacio, tropezando, resbalando, con las cordoneras de las botas
desatadas, con arañazos en los brazos, dolorido y cansado. Y todos tus
recuerdos históricos te estarán esperando como buitres para volver a devorarte.
Déjate comer, ya sabes que eso no es tan bestial, que es algo que, simplemente,
sucede. La soledad es muy infiel. No sufras por ella, es ella la que debe
sufrir por ti cuando vea que te acompañan de nuevo los recuerdos que te
amparan.
Allí está tu coche, abrasado por el sol,
brillando en la mimética superficie del atochar, esperando la llave que lo abra
y lo arranque. Lo ves desde lo más alto de la sierra como un diminuto insecto
de metal, o como una lágrima plateada sobre la mejilla del monte que se te
encara. O como el punto que señala tu destino inminente y que te reclama con esa
verdad tan pura. Un poco antes de llegar a él ya puedes volver a reflexionar, y
ya notas la posibilidad de lograr tus sueños. Empiezas a divagar sin querer.
Piensas, sin darle muchas vueltas al asunto, que en lo alto del collado te
dividiste en dos. Un individuo sin recuerdos se quedó en lo más alto y este que
saca la llave, abre y se sienta al volante, es el único que regresa a ese punto
de partida anclado en el centro de la realidad absoluta.
El collado del Cuerno se encuentra en la
sierra Larga, entre el término municipal de Cieza y Jumilla. Se puede acceder
por la solana o por la umbría de la sierra, en este caso se propone el ascenso
por la solana. Habrá que pasar Ascoy, tomar dirección a la Carrasquilla y
alcanzar la pista forestal que bordea la Sierra de Benís (es el camino en mejor
estado), luego avanzar unos dos kilómetros hasta el cortafuegos que traza una franja bastante
ancha a la izquierda de la pista. Tomando el camino que trascurre por el centro
del cortafuegos, pronto se alza una loma, al mismo llegar a esa pequeña cota, aparece
una extenso paisaje que abarca la finca de la Casa de las Monjas y el
Carrizalejo, y al fondo se divisa la sierra Larga, serpenteando en dirección a
Jumilla. Donde termina el cortafuego
empieza la subida a pie al collado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario