miércoles, 8 de octubre de 2014

EL COLLADO DEL CUERNO

   Pedro Diego Gil López  

      
      El collado del Cuerno es un lugar para perderse bajo la amplitud de su cielo, embriagado por la pureza del aire. Está enclavado entre las laderas de una árida solana, acogido entre bastos espartizales, donde abundan resecos romeros, pinos retorcidos, duros espinos y sabinas furibundas. Acercarse a sus inmediaciones es un viaje lento y habrá que dejar el coche lejos para no romper el cárter en alguna piedra traicionera, oculta entre la vegetación que invade el centro del camino, orillándolo al final del último tramo de camino reconocible, lo más cerca posible de la sierra Larga (esa pequeña cordillera que nace en el territorio de Cieza y se adentra en su mayor parte en el extenso término de Jumilla).  

     Cuando cierres el coche mirando en dirección al collado del Cuerno y andes un poco, pronto empezarás a sentirte perdido entre las atochas. Algunos pinos te obligaran a zigzaguear. Agarra la mano de la intuición y oriéntate hacia la gran hendidura que muestra la sierra. Si tienes buen ojo, encontrarás la senda en desuso que asciende al collado. Quítate todo lo que puedas, antes de que el sudor te empape toda la ropa, aunque haga frío. Y apriétate bien las cordoneras de las botas. Llegarás a un barranco de poca hondura, flanqueado por viejos pinos, lleno de troncos secos y piedras, que romperán más de una vez la senda a seguir. Mirando a tú alrededor, indagando en las laderas pedregosas, se apoderará de ti un sentimiento de soledad que te dará ánimos para seguir subiendo.   
                                                           
    Atrapado ya por el paisaje, si sentirte genuinamente solo no termina de aislarte de todos tus pensamientos biográficos, seguro que lo conseguirás contemplando el vuelo de ese águila que por allí andará surcando los cielos, que notará tu presencia accidental, o cuando oigas los graznidos de las chovas resonando en cantarales cercanos.

  Para un momento, coge aire y descansa. Corta un tallo de tomillo, restriégalo con las manos y aspira hondo su esencia balsámica. Ponte de nuevo a andar antes de enfriarte, con esa sensación satisfactoria de empezar a sentirte perdido, mientras contemplas las libélulas y las mariposas que pueblan el hábitat, las florecillas de ajedrea, las estrellas de árnica y las trompetas azulonas del lino. Más arriba, oirás el canto de la perdiz, o el ladrido de alguna zorra. Y luego quédate en silencio. Siente la fuerza del sol. Date cuenta que te has alejado de la senda. Cuando vuelvas a ella podrás relajarte y seguir ascendiendo. Más tarde o más temprano llegas al collado. Ves el saludo que te dedican las cumbres de la sierra, a ambos lados, y de frente, sientes la bienvenida del collado del Cuerno, abierto a un paisaje amplio y gratificante. A tus pies verás el pinar ennegrecido de la umbría y oirás el rumor de algún tractor herrumbroso arando el pedregal, allá entre las viñas, en algún rincón de ese paraje perdido llamado Majariego (las bodegas jumillanas se surten de las olorosas uvas monastrell que maduran en los campos de este paraje ciezano).   

    Los recuerdos se pierden, se los lleva el viento poderoso que asciende con los aires recalentados en el valle. Y te das cuenta de que allí estás tú solo; extrañamente solo, embargado por la dificultad geográfica del lugar. Es lo contrario a soñar, la conciencia se vuelve una paradoja, una realidad vivificante. Te sientes descansado porque tu mente así lo dicta. Puedes centrarte en el aquí y en el ahora. Es como si todo el pasado que abarrotaba tu mente hubiera caído al vacío del collado. Por breves instantes, ves cómo se despeñan tus recuerdos. Deseas abandonar esos retazos de tu personalidad que te visten ante la frialdad de los sucesos.           

    Aun así el entorno te invita a soñar y te obligas a estar despierto, quieres que tu mente esté más despejada que nunca, por el azul del cielo, por la profundidad del paisaje, para mantener tus rasgos de individuo, tal y como quieres, ahora que la soledad triunfa en tu interior.  

   Te sientas en una roca y te observas las manos. Así descansas al ver lo ufano que es el ser humano, notando la dureza pétrea de la sierra, comprobando la aspereza de su vegetación, la vorágine del clima que la envuelve. Palpando tu propio mundo verdadero para perderte, para sentir esa sensación de no ser nadie y a la vez poder marcar con fuego tus señas de identidad en el interior de tu mente, no como un recuerdo, si no como un sentimiento puro, poderosamente nítido.                  

    No te diré como se baja de allí. A lo mejor se te ocurre lanzarte al vacío en un intento de volar. Jamás lo intentarás, estoy seguro, sabes que no estás en un sueño; pero te llevaras esa sensación de haberlo pensado. Eres del todo consciente de que no puedes volar. Te rodea la amplitud de la naturaleza y eso es lo que más presente tienes en tu cabeza. Tú mismo, baja como quieras. Creo que lo harás despacio, tropezando, resbalando, con las cordoneras de las botas desatadas, con arañazos en los brazos, dolorido y cansado. Y todos tus recuerdos históricos te estarán esperando como buitres para volver a devorarte. Déjate comer, ya sabes que eso no es tan bestial, que es algo que, simplemente, sucede. La soledad es muy infiel. No sufras por ella, es ella la que debe sufrir por ti cuando vea que te acompañan de nuevo los recuerdos que te amparan.   

    Allí está tu coche, abrasado por el sol, brillando en la mimética superficie del atochar, esperando la llave que lo abra y lo arranque. Lo ves desde lo más alto de la sierra como un diminuto insecto de metal, o como una lágrima plateada sobre la mejilla del monte que se te encara. O como el punto que señala tu destino inminente y que te reclama con esa verdad tan pura. Un poco antes de llegar a él ya puedes volver a reflexionar, y ya notas la posibilidad de lograr tus sueños. Empiezas a divagar sin querer. Piensas, sin darle muchas vueltas al asunto, que en lo alto del collado te dividiste en dos. Un individuo sin recuerdos se quedó en lo más alto y este que saca la llave, abre y se sienta al volante, es el único que regresa a ese punto de partida anclado en el centro de la realidad absoluta.




      El collado del Cuerno se encuentra en la sierra Larga, entre el término municipal de Cieza y Jumilla. Se puede acceder por la solana o por la umbría de la sierra, en este caso se propone el ascenso por la solana. Habrá que pasar Ascoy, tomar dirección a la Carrasquilla y alcanzar la pista forestal que bordea la Sierra de Benís (es el camino en mejor estado), luego avanzar unos dos kilómetros hasta  el cortafuegos que traza una franja bastante ancha a la izquierda de la pista. Tomando el camino que trascurre por el centro del cortafuegos, pronto se alza una loma, al mismo llegar a esa pequeña cota, aparece una extenso paisaje que abarca la finca de la Casa de las Monjas y el Carrizalejo, y al fondo se divisa la sierra Larga, serpenteando en dirección a Jumilla.  Donde termina el cortafuego empieza la subida a pie al collado.  



© Pedro Diego Gil López

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