martes, 2 de septiembre de 2014

¿QUÉ SERÁ LO ÚLTIMO?

Juan A. Piñera


Cuando somos niños tenemos la capacidad de impresionarnos por cualquier acontecimiento que nos cause cierto impacto: un perro muy grande, el vuelo de un pájaro, un nuevo color, un nuevo género musical, el enamoramiento... y que, naturalmente, vamos perdiendo con los años hasta llegar al punto de que todo es una fluctuante homogeneidad debido al “enclaustramiento” que supone la rutina y el entorno en el que vivimos.

En los siguientes gráficos (tallcute.wordpress.com) se puede observar el desarrollo en el tiempo de los avances importantes de la humanidad. Desde el –6.000 a.C., fecha por consenso para el que se data el invento de la rueda, comienza un lento pero imparable avance en el número de inventos/descubrimientos  (http://www.educar.org/INVENTOS/lineadeltiempo/default.asp). Se trata de una curva exponencial que contiene una aceleración espectacular desde el siglo XIX hasta la actualidad. En cualquier día del año se publican artículos en revistas de importancia relacionados con un hallazgo o un avance en cualquiera de las parcelas que engloban el ya inmenso conocimiento humano. Todos los días. Son pasos menores que entre todos despejan el horizonte hacia el final.




Si bien muchos son inventos podrían clasificarse como “menores” (por ejemplo la cremallera o el walkman), cuatro de los hechos claves capaces de sobrecoger, conmover a la Humanidad podrían ser: primero, la secuenciación del genoma humano (ya hecho) por su importancia para entender los mecanismos de funcionamiento humanos, un libro de instrucciones codificado en millones de combinaciones constituidas por aproximadamente 25.000 genes que nos dan forma y permiten la multiplicación de las células con tal precisión y acotamiento que nos hacen físicamente tal cual somos, aunque no es este el hito, no, el hito sería manipularlo a placer para obtener un resultado deseado (hacer desaparecer todas las enfermedades hasta lograr la inmortalidad); segundo, el contacto con civilizaciones inteligentes extraterrestres (complicado mientras se sigan usando ondas electromagnéticas como mensajero dada la inmensidad del universo); tercero, viajar en el tiempo (se puede “viajar” al futuro, no al pasado), y cuarto, un hecho que todavía está por venir y que supondría un terremoto de tal magnitud que cambiaría por completo el concepto, la mentalidad del ser humano, de su existencia, de su finitud. Ciertamente no se sabe con exactitud cuál será, si bien todo apunta a que tendrá relación con la creación del Universo y al fin del mismo tanto en tiempo como en barrera física, porque ¿es infinito?, o ¿es infinito el vacío por el que la materia finita se expande?. Si fuera finito, y hay varias teorías al respecto que así apuntan, como la teoría de burbujas, de multiversos, etc. cabe pensar que nuestra concepción pretenciosa y antropocentrista de nosotros mismos no es más que eso, pretensión. Si el Universo es finito, masa finita, “espacio” finito, quizá el tiempo también lo sea como constante invariable y caduca. Es curioso lo que ocurre con los átomos y sus componentes los electrones, quienes sólo pueden ocupar órbitas posibles en torno al núcleo; pueden sentarse sólo en unos asientos o en otros (incluso un poco fuera), no en los pasillos que hay entre ellos, suceso que ocurre con todos y cada uno. Eso lleva a pensar que si esa condición se cumple en los 1^80 átomos que, más o menos, existen, es de suponer que algo actuó como “diseñador”, estableciendo unas pautas muy concretas, y otra cosa/ente/X, o lo mismo, que actúa como exacto, exactísimo, constructor que nunca, jamás, comete un solo error en sus creaciones (cuánticas), pues no tiene la oportunidad (bien si sigue un libro de instrucciones, bien si no tiene otra alternativa e intrínsecamente sólo puede comportarse de esa forma y no de ninguna otra), y si la tiene, no tenemos constancia. Prueba de ello son lo que muchos físicos denominan las unidades de Dios, también conocidas como unidades naturales de Planck: Longitud de Planck, Tiempo de Planck, Masa de Planck, Carga de Planck y Temperatura de Planck (recomendable leer sobre ellas) que establecen límites en ciertas magnitudes, tanto por abajo como por arriba. Es posible que todas estas constantes se deriven, fueran resultado de la creación del Universo y no al contrario, es decir, que no se establecieron antes del Big Bang y todos los átomos tuvieron que cumplirlas (o las cumplen sin más). ¿Por qué? Eso no importa, porque según ciertos cálculos acerca de la especificidad de la materia biológica evolucionada, ésta es la resultante directa de condiciones exactas, exactísimas, existentes en el inicio del Universo, ya que si alguno de los parámetros hubiese variado en solo un 0,0001% no existiría la materia, ni la vida, ni la Tierra, ni usted que, en su conciencia, está leyendo frente al ordenador, una máquina creada fruto de esa autoconciencia. Son cálculos matemáticos desde la más estricta razón que llevan a pensar que la Perfección Absoluta es fruto de una creación tan verdadera como muestra la Probabilidad, herramienta del Método Científico, sin pasar de ninguna manera por el tamiz de la religión, una extrapolación de la ciencia misma que, de nuevo, en su ínfima capacidad de ser, ya es capaz de estudiarse a sí misma.

Llegados a un punto en la evolución, esa quizá no merecida superioridad intelectual que nos caracteriza se disipa en cuanto la imperfección del pensamiento humano pone en práctica, gracias a su razón, las peores de sus maquinaciones. Siendo así, no hay más remedio que, de nuevo desde la razón, inventar el infierno para probar la falta de perfección, la crueldad y la limitación humanas. Es un viaje en paralelo, una disputa constante entre el bien y el mal que, en su constante conflicto, nos llevarán a maravillosos terrenos aún desconocidos. O no, porque una curva exponencial solo puede crecer infinitamente en el papel y en la imaginación. Y eso lo prueba la ciencia, la ciencia de nuestra razón. Y la Historia.




© Juan A. Piñera

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