Juan A. Piñera
Cuando somos
niños tenemos la capacidad de impresionarnos por cualquier acontecimiento que
nos cause cierto impacto: un perro muy grande, el vuelo de un pájaro, un nuevo
color, un nuevo género musical, el enamoramiento... y que, naturalmente, vamos
perdiendo con los años hasta llegar al punto de que todo es una fluctuante
homogeneidad debido al “enclaustramiento” que supone la rutina y el entorno en
el que vivimos.
En los
siguientes gráficos (tallcute.wordpress.com) se puede observar el desarrollo en
el tiempo de los avances importantes de la humanidad. Desde el –6.000 a.C.,
fecha por consenso para el que se data el invento de la rueda, comienza un
lento pero imparable avance en el número de inventos/descubrimientos (http://www.educar.org/INVENTOS/lineadeltiempo/default.asp).
Se trata de una curva exponencial que contiene una aceleración espectacular
desde el siglo XIX hasta la actualidad. En cualquier día del año se publican
artículos en revistas de importancia relacionados con un hallazgo o un avance
en cualquiera de las parcelas que engloban el ya inmenso conocimiento humano.
Todos los días. Son pasos menores que entre todos despejan el horizonte hacia
el final.
Si bien muchos
son inventos podrían clasificarse como “menores” (por ejemplo la cremallera o
el walkman), cuatro de los hechos claves capaces de sobrecoger, conmover a la
Humanidad podrían ser: primero, la secuenciación del genoma humano (ya hecho)
por su importancia para entender los mecanismos de funcionamiento humanos, un
libro de instrucciones codificado en millones de combinaciones constituidas por
aproximadamente 25.000 genes que nos dan forma y permiten la multiplicación de
las células con tal precisión y acotamiento que nos hacen físicamente tal cual
somos, aunque no es este el hito, no, el hito sería manipularlo a placer para
obtener un resultado deseado (hacer desaparecer todas las enfermedades hasta
lograr la inmortalidad); segundo, el contacto con civilizaciones inteligentes
extraterrestres (complicado mientras se sigan usando ondas electromagnéticas
como mensajero dada la inmensidad del universo); tercero, viajar en el tiempo
(se puede “viajar” al futuro, no al pasado), y cuarto, un hecho que todavía
está por venir y que supondría un terremoto de tal magnitud que cambiaría por
completo el concepto, la mentalidad del ser humano, de su existencia, de su
finitud. Ciertamente no se sabe con exactitud cuál será, si bien todo apunta a
que tendrá relación con la creación del Universo y al fin del mismo tanto en
tiempo como en barrera física, porque ¿es infinito?, o ¿es infinito el vacío
por el que la materia finita se expande?. Si fuera finito, y hay varias teorías
al respecto que así apuntan, como la teoría de burbujas, de multiversos, etc.
cabe pensar que nuestra concepción pretenciosa y antropocentrista de nosotros
mismos no es más que eso, pretensión. Si el Universo es finito, masa finita,
“espacio” finito, quizá el tiempo también lo sea como constante invariable y
caduca. Es curioso lo que ocurre con los átomos y sus componentes los
electrones, quienes sólo pueden ocupar órbitas posibles en torno al núcleo;
pueden sentarse sólo en unos asientos o en otros (incluso un poco fuera), no en
los pasillos que hay entre ellos, suceso que ocurre con todos y cada uno. Eso
lleva a pensar que si esa condición se cumple en los 1^80 átomos que, más o
menos, existen, es de suponer que algo actuó como “diseñador”, estableciendo
unas pautas muy concretas, y otra cosa/ente/X, o lo mismo, que actúa como
exacto, exactísimo, constructor que nunca, jamás, comete un solo error en sus
creaciones (cuánticas), pues no tiene la oportunidad (bien si sigue un libro de
instrucciones, bien si no tiene otra alternativa e intrínsecamente sólo puede
comportarse de esa forma y no de ninguna otra), y si la tiene, no tenemos
constancia. Prueba de ello son lo que muchos físicos denominan las unidades de
Dios, también conocidas como unidades naturales de Planck: Longitud de Planck,
Tiempo de Planck, Masa de Planck, Carga de Planck y Temperatura de Planck
(recomendable leer sobre ellas) que establecen límites en ciertas magnitudes,
tanto por abajo como por arriba. Es posible que todas estas constantes se
deriven, fueran resultado de la creación del Universo y no al contrario, es
decir, que no se establecieron antes del Big Bang y todos los átomos tuvieron
que cumplirlas (o las cumplen sin más). ¿Por qué? Eso no importa, porque según
ciertos cálculos acerca de la especificidad de la materia biológica
evolucionada, ésta es la resultante directa de condiciones exactas,
exactísimas, existentes en el inicio del Universo, ya que si alguno de los
parámetros hubiese variado en solo un 0,0001% no existiría la materia, ni la vida,
ni la Tierra, ni usted que, en su conciencia, está leyendo frente al ordenador,
una máquina creada fruto de esa autoconciencia. Son cálculos matemáticos desde
la más estricta razón que llevan a pensar que la Perfección Absoluta es fruto
de una creación tan verdadera como muestra la Probabilidad, herramienta del
Método Científico, sin pasar de ninguna manera por el tamiz de la religión, una
extrapolación de la ciencia misma que, de nuevo, en su ínfima capacidad de ser,
ya es capaz de estudiarse a sí misma.
Llegados a un
punto en la evolución, esa quizá no merecida superioridad intelectual que nos
caracteriza se disipa en cuanto la imperfección del pensamiento humano pone en
práctica, gracias a su razón, las peores de sus maquinaciones. Siendo así, no
hay más remedio que, de nuevo desde la razón, inventar el infierno para probar
la falta de perfección, la crueldad y la limitación humanas. Es un viaje en
paralelo, una disputa constante entre el bien y el mal que, en su constante
conflicto, nos llevarán a maravillosos terrenos aún desconocidos. O no, porque
una curva exponencial solo puede crecer infinitamente en el papel y en la
imaginación. Y eso lo prueba la ciencia, la ciencia de nuestra razón. Y la
Historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario