Rosa Campos Gómez
Un día como hoy, hace 163 años, nació Emilia Pardo Bazán, y aunque lo que aquí importa es hablar de ella,
comentaré antes algo que por asociación de ideas me ha venido a la
memoria, relacionado con un viaje a Galicia y con la película Pretty woman:
Era un día de otoño de 1990 y nos dirigíamos, en autobús, hacia
tierras gallegas. Cuando se fue
apagando la luz de la tarde y el paisaje a través de las ventanillas ya no era
visible, el conductor tuvo el buen detalle de poner una película divertida,
agradable, estrenada en la primavera de ese año, llenando todos los cines en los que se presentaba. En ella
había algo que me hizo sentir incómoda: el rico ejecutivo (Richard Gere) le
decía a la mujer bonita (Julia Roberts) que se estuviera “calladita” en la cena
de negocios, orden que le volvería a repetir en otra ocasión. Él no fue capaz de pedirle perdón, ni ella de pedirle que
rectificara. Sí, claro que es un cuento,
pero ese “calladita” refleja una mala costumbre de la realidad y, hasta en un cuento que
termina bien, chirría.
Galicia
es tierra –que me dejó fascinada– donde
han nacido grandes escritoras que rompieron con lo de estar calladas a la realidad de su tiempo.
Emilia Pardo Bazán (La Coruña, 1851 - Madrid, 1921) fue
una trabajadora infatigable. Nos dejó más de treinta novelas, numerosos cuentos
y relatos, una quincena de textos de
ensayo y crítica, siete obras de teatro, un libro de poesía, libros de viaje, biografías, más de 1.500
artículos en prensa nacional e internacional, conferencias e importantes y novedosas traducciones, entre ellas La esclavitud femenina, de John Stuart Mill, obra que también prologó. Su
última publicación fue en ABC, a
pocos días de su muerte, con un artículo dedicado a la obra de Tagore, siendo
la primera en hablar de este autor que aún no había sido traducido al
castellano.
Dirigió varias revistas, una de ellas fue Nuevo Teatro Crítico, escrita
completamente por ella y con miscelánea de temas; pudo costearla gracias a la herencia paterna
recibida. Fundó y comenzó a dirigir la Biblioteca de la Mujer en 1892. Fue
la primera mujer socia del Ateneo de Madrid, con el número 7.925, y al año
siguiente, en 1906, sería la primera en presidir la Sección de Literatura. Fue la
primera en ocupar una cátedra de
literaturas neolatinas en la Universidad Central de Madrid, a cuya clase se dice
que sólo acudió un estudiante (al que me hubiese gustado conocer, porque ir y estar
donde están las mujeres, y saberlas profesoras con las que van a aprender, era, para desgracia de
quienes se lo perdían, demasiado
infrecuente, además de valiente, entonces).
Abierta
a las nuevas corrientes literarias, impulsó el Naturalismo en España –bebido de la literatura francesa,
especialmente de Zola–, escribiendo
artículos publicados entre 1882-83, que reunió en el libro La
cuestión Palpitante, produciendo una reacción social que provocó que su marido le pidiera que cesara en sus escritos, cosa que
no admitió; cesando el matrimonio poco después.
Quiso documentarse para escribir La Tribuna –novela en la que por primera vez la protagonista es una mujer de clase obrera y maltratada–, yéndose a una fábrica de tabacos durante una temporada.
Propuso
a Concepción Arenal para la Real Academia Española de la Lengua, propuesta que fue
rechazada. La propia escritora también lo sería en tres ocasiones, aun contando con una alta productividad literaria.
Dijo
hace muchos años: “Para el español todo
puede y debe transformase, sólo la mujer debe mantenerse inmutable”, y
"Si en mi tarjeta pusiera Emilio, en
lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida..." Acaso estas expresiones se vean como caducas,
pero denuncian una fuerza nociva que no se ha extinguido todavía.
E. Pardo Bazán tuvo como aliados
fuertes a su posición social y a sus padres, que le dieron alas, también importantes
apoyos como el de Francisco Giner de los Ríos, aun así las cosas no le fueron nada fácil. Mantuvo una intensa relación amorosa -iniciada por la mutua atracción intelectual- con Benito Pérez Galdós. Fue duramente criticada por compañeros escritores por introducirse en el mundo de las letras y por querer, siendo
mujer, que se reconociera su trabajo
como se hacía con el de los hombres de su época. No obstante, y a pesar de
todos los contras con los que fue tropezando, su labor fue valorada; mas siendo tan grande como la de otros coetáneos, su difusión no nos la ofrecieron con la
misma magnitud. Ahora se procura una divulgación mayor, hablando cada vez más
de su obra y de su defensa por la libertad de la mujer, reconocimiento
muy necesario además de merecido.
Ella, como nadie, no nació para estar callada. Hay que leerla.
© Rosa Campos Gómez
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