Jesús A. Salmerón Giménez
El cine es un microcosmos de todas las artes. (…) incorpora la
puesta en escena teatral (…) De la
pintura recoge el plano fijo (…) De la
novela integra el argumento que puede leerse en forma de guión (…) La banda sonora puede llegar a ser tan importante como la
imagen en movimiento (…) asume, en fin, el
armazón que en la arquitectura confiere soporte y sustancia al andamiaje
escénico (…)
Eugenio Trías (1942-2013)
Descubrí
el cine en los albores de mi infancia, en la remota Cieza de los sesenta.
Mientras avanzaba en los primeros estudios, asistía cada domingo al Teatro
Capitol, un espléndido cine ubicado en el centro del pueblo, a dos manzanas de
mi casa. El paraíso a la vuelta de la esquina. El aserto de Chesterton, ya
citado aquí, “Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta
de la esquina.",
se cumplía todas las semanas.
El Cine Capitol era un edificio de estilo
“racionalista” que los hermanos Martínez (o “Martinejos”, como se les conocía
popularmente) -más que de Cieza parecían de Bilbao-, se habían empeñado en
construir (“una suntuosa sala de espectáculos, un teatro que sea de lo más
amplio, bello y mejor acondicionado de España”), deslumbrados como habían
quedado por el famoso teatro Capitol de Madrid, en sus frecuentes vistas -no se sabe si a negocios o se marchaban al
buen tuntún…- a la capital. Y
se plantearon realizar en su pueblo un coliseo “que no tuviera nada que
envidiar a su homónimo capitalino” (el teatro se convirtió en uno de
los más grandes de España con
más de 1.300 butacas). Dinero había (eran los años del boom del esparto
que, propiciado por la autarquía, se
había convertido en el material con el que se fabricaban –y ahorcaban- los
sueños en Cieza).
En 1955 -unos cuantos años
antes de que yo viniera al mundo-, se hizo realidad su quimera: El 15 de octubre de 1955, con
la representación de la opereta La viuda alegre, con Aurora Bautista-la
primera película proyectada fue Obsesión, del gran Douglas Sirk- se inauguró
aquella espectacular sala de cine que iluminó los largos domingos grises de mi
infancia y primera juventud.
Todavía hoy, al cabo de
tantos años, sueño con aquellos instantes mágicos que precedían al inicio: Las luces se apagan. Unas toses rompen el
silencio de un teatro lleno hasta la bandera. La pesada cortina de terciopelo
rojo del teatro Capitol se abre lentamente. La luz del proyector inunda la
pantalla…
Se me pone la carne de
gallina al evocarlo.
En 1969, el cine Capitol pasa a propiedad de otro empresa, y el
destino quiere que sea una persona con la que luego compartiría algunos
momentos inolvidables en esa gran empresa de amistad y letras que es La Sierpe y el Laúd, el
escritor Aurelio Guirao, quien se hiciera cargo de la programación
cinematográfica. En los miércoles
selectos, se programaron las mejores películas de aquellos tiempos, (siempre
que fuesen aptas para todos los públicos, o estuviesen convenientemente
recortadas). Vi allí multitud de westerns, películas de cine negro,
bélicas, policíacas, de suspense, melodramas, comedias, musicales.
Para
mí, el descubrimiento del cine y su experimentación inicial como gran forma
artística (“Los escritores siempre tuvieron la
ambición de hacer cine sobre la página en blanco: de disponer todos los
elementos, y dejar que el pensamiento circule del uno al otro”.
Jan-LucGodard), se produjeron en el cine Capitol y fue un flechazo que ha
perdurado a lo largo de toda mi vida: creo conocer con pasión el cine y la historia del cine, he visionado y
"revisionado" las grandes películas que se han hecho y sigo viendo y
buscando las mejores que se hacen, hoy en día. El cine, para mí, no está ligado
a la nostalgia. Es parte de mi presente.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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