Parece que los que corren son tiempos de necesidad de
cambios, reformas, aire fresco, etc. Aunque no se sabe si es cambiar para
seguir igual o para ir en otra dirección. Ya veremos.
Lo que no
cambia, ni parece tener visos de hacerlo por ahora, es el egocéntrico,
descomedido, abusivo, interesado, megalómano (tantos adjetivos son puestos a
propósito para tratar de equivaler el hastío que provocan) afán de figurar como
personas indispensables para nosotros por parte de los políticos. En la televisión
se llama Telediario a un tiempo ocupado en un alto porcentaje por las
tribulaciones de sus señorías, cuando deberían darse cuenta de que ellos, como
personajes públicos, y gracias a ellos precisamente, nos interesan poco; solo
prestamos atención a sus gestiones y a sus resultados: nos bajan los impuestos,
nos los suben más, nos solucionan o no esto o aquello... nos mejoran o empeoran
la vida. Si ya los españoles están cansados y cabreados por lo que todos
sabemos, la situación se agrava cuando al poner la televisión para ver lo que
ocurre aquí y fuera, nos trituran con el siguiente capítulo del y tú más, del
político de carrera que no tiene bastante con su sueldo y sus dispensas que,
aún, aspira a robarnos el tiempo a través de un medio que pagamos los de
siempre. Se han convertido en estrellas mediáticas que nos quieren vender como
necesarias, cuando no es así. No me interesa lo que un político opine de otro,
sea o no de su partido, no me interesa dónde ha viajado, ni en qué pueblo dio
el último mitin, ni cuántas veces ha repetido el comodín de laboratorio que
tanto usan ahora: “trabajaremos para...”, “estamos trabajando en...”, “hay que
trabajar por...”. Todo ello choca cuando cambiamos el punto de mira hacia
nuestra localidad. La sensación es que ocurre justo lo contrario. Cuando se
supone que un político local ha de estar cerca del ciudadano y escuchar sus
problemas o, al menos, poner medios reales para ello, la sensación es que están
distanciados. Aquéllos, los que salen por la televisión, se ocupan de las
grandes cosas, y como tal, tendrían que “trabajar” más a la sombra, y éstos,
los del pueblo, deberían escuchar más, mucho más, lo que el ciudadano pide, ser
más accesibles, porque para eso nosotros les pagamos (muchas veces a través de
tasas totalmente absurdas y duplicadas que ellos crean de la nada) a costa de
quitarnos, como a muchos ocurre, de comer. Trabajan con el sueldo de todos para
ser protagonistas y estar en todas partes; trabajan, con el sueldo de todos,
para mal gestionar nuestro dinero; trabajan, con el sueldo que nosotros ganamos
trabajando, para crear impuestos y tasas que sirven para continuar en sus
cargos; trabajan, cobrando lo que nosotros les pagamos, para justificar lo que
nosotros les pagamos; trabajan, cobrando lo que nosotros les pagamos, para
fijarse el sueldo que cobran por su trabajo; trabajan, cobrando lo que mucha,
mucha gente está obligada a pagar aunque no pueda, para ejercer su derecho a
vivir bien.
Son adictos a
ellos mismos, a las cámaras y a los micrófonos. Son estrellas. Sí, lo son.
Ellos lo saben, nosotros cedemos, consentimos y pagamos. Propongo hacerles un
paseo de la fama; en suma, lo pagaríamos nosotros igualmente. Allí, en acto
celebrado públicamente con pompa y esplendor, les invitaremos a que metan sus manos
en el hormigón. Si lo hacemos bien, le ponemos uno de secado rápido para que
queden sujetos. Quedarán inmortalizados para siempre. Entonces viviremos más
tranquilos, sabremos lo que es la
felicidad.
Y llegará
entonces el tiempo en que nadie hable de un político.
©Juan A. Piñera
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