Jesús A. Salmerón Giménez
“Hay algo que da esplendor a cuanto existe, y es la ilusión de encontrar algo a la vuelta de la esquina.”
―Gilbert Keith Chesterton
Iba yo andando por las calles de Murcia
(como sostiene Vila-Matas, en su oda a los viajes andados: “No deja de ser
curioso que la manera más natural y
primitiva de desplazarse pueda convertirse en la actividad más luminosa…”), cuando,
a la vuelta de una esquina, descubrí una
placa de calle con el nombre de Jovellanos. Lo primero que pensé es que honra a
nuestra ciudad este recuerdo (mínimo) del ilustre ilustrado. Pero luego pensé
que la corporación municipal se podría haber estirado un poco más, y en vez de
dedicarle esta calle, casi pasadizo, con ligero parentesco con los oscuros callejones
de los que menudean por la novela negra (para más INRI, con vistas a la plaza
de toros que representa lo más tradicional, casi rancio, de nuestra cultura), le
podrían haber ofrecido un bulevar o una plaza de diseño racional y moderno, más
acorde con quien fue una de las grandes inteligencias generosas de la Ilustración española.
Digo yo, a vuela esquina.
Y seguí andando por estas calles de Murcia (que en verano parecen llandas recién puestas al horno), y de repente me vino a la cabeza la espléndida semblanza que realizara el historiador Manuel Fernández Álvarez, describiendo el magnífico retrato que le hizo Goya a nuestro gran patricio, en su interesante biografía Jovellanos, el patriota (“la figura más noble que engendró la ilustración española, la más grande de todo el siglo XVIII español, salvo la genial de Goya”, en palabras de Julián Marías), y que resumo aquí:
"Diríase que Goya ha pedido a su amigo que hiciera un alto
en su trabajo y que se volviera, para captar con su pincel esa mirada, y ahí
está ya para la eternidad. Ahí está Jovellanos dándonos su mensaje. No es la
mirada gozosa del político que disfruta del poder. Al contrario. Apreciamos un
no sé qué de desaliento, de pesadumbre, de desánimo.
Como si Jovellanos estuviera ya presintiendo su
caída. Como si estuviera añorando su apartado refugio
gijonés y estuviera recordando aquella confidencia suya, aquel lamento:
"¡Dichoso yo si vuelvo inocente!"
Auspiciado por estos pensamientos, fruto de los largos paseos, y sintiéndome ya casi como un maestro más de los viajes andados (Rousseau, Kafka, Borges, Sebald…) seguí caminando y, a la vuelta de otra esquina, casi sin darme cuenta, encontré algo digno de las expectativas del mismísimo Chesterton:
Una sencilla y bella pintura en vidrio
pintado y acero, dedicada a la mujer lectora, del maestro Mariano Ballester
(1972), colgada en una pared, a modo de galería, en el Bulevar Cetina.


Pensé -andar es una actividad creadora(otra
vez Vila)-:
Que
caminar es una forma de viajar (Chejfec)…y conocer mundo; que nuestras ciudades están llenas de
monumentos dedicados a personajes destacados, notables, de nuestra historia,
pero que rara vez se acuerdan del lector (hice algunas averiguaciones por la
Nube para comprobar si era una desidia generalizada en nuestro país o en otros
países de nuestro entono, y debe de serlo porque sólo hallé una (hermosa)
escultura, que se encuentra en Bilbao, de Joaquín Lucarini de título “Leyendo”,
que representa a una niña lectora).
También encontré esta pintura del genial Picasso, "Mujer acostada leyendo" (1939), que, sin duda, debió conocer nuestro pintor murciano:

Y salí por piernas.

Y salí por piernas.
© Jesús A. Salmerón Giménez
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