Rosa Campos
Recuerdan a unos trabajadores y a un tiempo sagrados, utilizadas allí. Sus figuras rústicas hacen que no desaparezca una época donde
las manos artesanas daban cuerpo al objeto que tenía como fin deparar descanso o tiempo de alimento
o rato de tertulia o de encuentro donde asentar la vida con sustancia, ajena a
las prisas. Son la sillas que acompañan los actos culturales que organiza el
Club Atalaya/Ateneo de la Villa, donde se sientan gentes sencillas, intelectuales, creadores, amantes del dar, del compartir lo que poseen, que siempre es
bueno y mucho.
Si las miras sientes que ahí
están presentes las manos expertas de un carpintero, y que las manos callosas
de un espartero arrancaron el esparto para que, más tarde, las manos seguras y
habilidosas de una mujer hicieran la lía
con la que las manos del tejedor de asientos las llegara a concluir, dejándolas
preparadas para el uso. Todo este proceso les otorga un particular encanto.
No son sillas de diseño elitista,
ni están patentadas, ni son trono de posaderas de realeza. Son las sillas que
pertenecen a la intrahistoria construida por seres humanos que han dado a la
vida un justo sentido, a pesar de que lo
injusto muchas veces les enseñó los
dientes. Pertenecen al ajuar de la clase humilde y poseen en cada uno de sus
barrotes y en cada una de sus cuerdas ese significado especial. El que los
organizadores las utilicen para recepción de invitados en las celebraciones culturales
conlleva una crecida de ese significado. Están diciendo que no ha pasado al
olvido aquello que es imprescindible para saber buena parte de la vida real,
donde cohabitan mujeres y hombres que traspasan las leyes clasistas sociales,
que las invierten y las rompen, para volver a construirlas de nuevo mejores, si
es posible.
Esas sillas dicen: están
presentes nuestros hacedores y ocupantes del ayer, están vigentes, aunque la
historia “oficial” haya sido selectiva, ellos están presentes, y nosotras no
solo los respetamos, también los veneramos.
Iconos de un tiempo que no se debe
olvidar, fueron el pasado viernes ocupadas por personas que saben de estos
valores: Antonio Balsalobre, presidente
del Club Atalaya/Ateneo de la Villa; Carmen González, catedrática de Historia Contemporánea de la
Universidad de Murcia; José Antonio Gómez, vicerrector de Cultura y
Comunicación de la Universidad de Murcia; y Conrado Navalón, profesor de
Psicología de la Universidad de Murcia.
Se celebraba el III Memorial Mariano Camacho en el que se entregaron los premios ex aequo correspondientes
al III Certamen de Estudios Locales, publicados en una carpeta
minuciosamente cuidada, cuyo contenido1, ya a primera vista, se manifiesta interesante y atractivo.
En la ceremonia de este acto,
presentado por José Marín, en torno a la figura del médico y humanista que da
nombre al memorial, y que tan buena siembra dejó en Cieza, y en especial en los
hombres y mujeres que ponen en marcha este colectivo, con los valores
culturales, de compromiso y de libertad
que lo caracterizan, también se homenajeó
a los directivos que tuvo en su primera década, clausurándose con la actuación
de músicos que se sentaron en los objetos que aquí
nos ocupan.
La última noche de esta
primavera, además de colaboradoras fieles, las sillas del Club Atalaya fueron,
junto a los asistentes que allí nos encontramos, testigos de algo cálido,
cercano e intenso.
Notas
1. La carpeta del III Memorial Mariano Camacho
está compuesta por los cuatro trabajos premiados: Topónimos de Cieza (antropología),
de Ana Belén Martínez y José Martínez; Mariano
Camacho Carrasco (1867-1934): una vida dedicada a la salud pública (biografía),
de Manuela Caballero; Las pinturas del
Paseo de Cieza (arte), de Rosa Campos; y
Çieça la desdichada. Estudio
social de historia urbana del núcleo citadino de Cieza durante el Antiguo
Régimen (XIII-XVIII) (historia) de Pedro José Herades. Más los cuadernos Cieza: Mi destino imposible (poesía), versos sueltos de María Pilar
López (1919-2006) –acompañado de un
hermoso y emotivo documental presentados ambos por José María Rodríguez– y Tres
cartas urgentes (narrativa) de Mariano Camacho (1926-2005).
© Rosa Campos
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