sábado, 28 de junio de 2014

LAS SILLAS DEL CLUB ATALAYA


Rosa Campos



    Recuerdan a unos trabajadores y a un tiempo sagrados, utilizadas allí. Sus figuras rústicas hacen que no desaparezca una época donde las manos artesanas daban cuerpo al objeto que tenía  como fin deparar descanso o tiempo de alimento o rato de tertulia o de encuentro donde asentar la vida con sustancia, ajena a las prisas. Son la sillas que acompañan los actos culturales que organiza el Club Atalaya/Ateneo de la Villa, donde se sientan gentes sencillas,  intelectuales, creadores, amantes del dar,  del compartir lo que poseen, que siempre es bueno y mucho.
   Si las miras sientes que ahí están presentes las manos expertas de un carpintero, y que las manos callosas de un espartero arrancaron el esparto para que, más tarde, las manos seguras y habilidosas de una mujer hicieran la  lía con la que las manos del tejedor de asientos las llegara a concluir, dejándolas preparadas para el uso. Todo este proceso les otorga un particular encanto.
   No son sillas de diseño elitista, ni están patentadas, ni son trono de posaderas de realeza. Son las sillas que pertenecen a la intrahistoria construida por seres humanos que han dado a la vida un justo sentido,  a pesar de que lo injusto  muchas veces les enseñó los dientes. Pertenecen al ajuar de la clase humilde y poseen en cada uno de sus barrotes y en cada una de sus cuerdas ese significado especial. El que los organizadores las utilicen para recepción de invitados en las celebraciones culturales conlleva una crecida de ese significado. Están diciendo que no ha pasado al olvido aquello que es imprescindible para saber buena parte de la vida real, donde cohabitan mujeres y hombres que traspasan las leyes clasistas sociales, que las invierten y las rompen, para volver a construirlas de nuevo mejores, si es posible.
Esas sillas dicen: están presentes nuestros hacedores y ocupantes del ayer, están vigentes, aunque la historia “oficial” haya sido selectiva, ellos están presentes, y nosotras no solo los respetamos, también los veneramos.
   Iconos de un tiempo que no se debe olvidar, fueron el pasado viernes ocupadas por personas que saben de estos valores:  Antonio Balsalobre, presidente del Club Atalaya/Ateneo de la Villa; Carmen González,  catedrática de Historia Contemporánea de la Universidad de Murcia; José Antonio Gómez, vicerrector de Cultura y Comunicación de la Universidad de Murcia; y Conrado Navalón, profesor de Psicología de la  Universidad de Murcia. Se celebraba el III Memorial Mariano Camacho en el  que se entregaron los premios ex aequo correspondientes al III Certamen de Estudios Locales, publicados en una carpeta minuciosamente cuidada,  cuyo contenido1, ya a primera vista, se manifiesta interesante y atractivo.
   En la ceremonia de este acto, presentado por José Marín, en torno a la figura del médico y humanista que da nombre al memorial, y que tan buena siembra dejó en Cieza, y en especial en los hombres y mujeres que ponen en marcha este colectivo, con los valores culturales, de compromiso  y de libertad que lo caracterizan, también  se homenajeó a los directivos que tuvo en su primera década, clausurándose con la actuación de músicos que se sentaron en los objetos que aquí nos ocupan.

    La última noche de esta primavera, además de colaboradoras fieles, las sillas del Club Atalaya fueron, junto a los asistentes que allí nos encontramos, testigos de algo cálido, cercano e intenso.


Notas

    1. La carpeta del III Memorial Mariano Camacho está compuesta por los cuatro trabajos premiados: Topónimos de Cieza (antropología), de Ana Belén Martínez y José Martínez; Mariano Camacho Carrasco (1867-1934): una vida dedicada a la salud pública (biografía), de Manuela Caballero; Las pinturas del Paseo de Cieza (arte), de Rosa Campos; y  Çieça la desdichada. Estudio social de historia urbana del núcleo citadino de Cieza durante el Antiguo Régimen (XIII-XVIII) (historia) de Pedro José Herades. Más los cuadernos Cieza: Mi destino imposible  (poesía), versos sueltos de María Pilar López (1919-2006)  –acompañado de un hermoso y emotivo documental presentados ambos por José María Rodríguez–  y Tres cartas urgentes (narrativa) de Mariano Camacho (1926-2005).



                                                                                                                  



© Rosa Campos


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